Un gabacho enamorado de la Ciudad de México


* Más que una moda literaria

** Es una asimilación completa a todas las gentes

*** Ya tiene un ADN chilango



Juan Pablo García Vallejo

Diario Cultural, Ecatepec, Méx. Julio 13 (libros).- En estos recientes años está apareciendo una moda literaria o etnografía urbana bastante poco conocida de los estadounidenses, hombres y mujeres, que están mostrando su profundo amor por México y su cultura.

Hace unos meses comente aquí la novela Las gringas también lloran, (haz clic aquí) luego en la librería de la Casa Lamm, leí con bastante interés un libro de cómic titulada La perdida, escrito y dibujado por por Jessica Abel, (haz clic aquí) una chava gabacha que se enamora de las pirámides de Teotihuacan, se hace trenzas como Frida Khalo, le gusta comer tacos en la calle, va al Tianguis del Chopo (la idea original de éste proviene del mercado de viejo cubano, no en todo somos originales), fuma mariguana en el centro de Coyoacán, lucha contra el machismo, etc.

A la mayoría de los mexicanos les fascina los Estados Unidos por su éxito económico, su pragmatismo, la vida plástica existencial, el vivir de los sueños de Hollywood y hasta cambian su comportamiento cotidiano en sus calles, se hincan ante los grandes Malls como si fueran la Catedral del consumo, no del mercado porque para eso inventaron Wall Street o la ciudad del juego y el vicio como Las Vegas.

Y, por el contrario, a los gabachos les fascina México por toda la desorganización a todos niveles, la variedad de la comida, los motivos tradicionales para hacer fiestas, la anarquía urbana, el ingenio para inventarse cada día las estrategias de sobrevivencia en términos sociológicos, sin que ningún plan gubernamental puede remediar la miseria y todos los rezagos que se perpetúan en cada informe anual del gobierno de la República.

Los gabachos han tomado a México como una terapia geográfica para escapar de las leyes y de todo lo que significa el país de las barras y las estrellas; siguen considerando a México como una tierra de recreo, pero aún inmadura para estar a la altura del concierto de las naciones desarrolladas. Esto ya va a cambiar por la ola brown que está poblando desde Los Angeles a Chicago, desde la ciudad de Dallas, hasta Washington, y si vamos un poco más allá, están los oaxaqueños en Ottawa, Canadá.

Ahora un periodista neoyorkino David Lida reúne sus colaboraciones para la revista Chilango en el libro "Las llaves de la ciudad". Un mosaico de México, editado por la exitosa editorial Sexto Piso (haz clic aquí). Es una colección de crónicas urbanas, de urbano-historias diríamos en el lenguaje de los rockeros rupestres de algunos personajes típicos de la Ciudad de México, una de las mega-ciudades de este siglo XXI donde se están haciendo experimentos de largo alcance para la sobrevivencia de la especie humana en los próximos siglos.

Lo deja paralizado una manifestación magisterial disidente en el Zócalo con sus cientos de manifestantes que van por alguna inconformidad sistémica, gremial o coyuntural y luego desaparecen sin incendiarlo porque no se les resuelve nada y saben que no se les va a resolver. Pero el gusto de estar ahí haciéndola de emoción, ejerciendo sus derechos a la participación activa en las políticas públicas a favor de los que si trabajan, es algo que ningún mexicano puede rechazar. Estar en el ombligo político de México, que no es el ombligo geográfico, eso es otra cosa. Y no cuestiona para nada que La Plaza de Armas sea llamada por los mexicanos Zócalo, que es sólo la base de los monumentos y que se ha copiado en los demás capitales de los estados.

Aparecen los ya míticos y reformadores sociales, son los únicos que han cambiado en estos años de transición democrática, porque políticos trepadores dicen que ya no roban y se enriquecen inexplicablemente, mientras que los niños de la calle aconsejan a “los padres no maltratos, no regaños, no insultos, porque en la calle también se sufre frío, violencia y otros peligros”, y describe pormenorizadamente su estética de la pobreza, vestimenta deteriorada, mala salud, etc.

Luego dedica varios crónicas a negocios de comida como paleterías decoradas con algunos comercios como torterías, o una cantina que vende bebidas sin alcohol muy propia para miles de militantes del movimiento AA. Entrevista a un detective que con su trabajo profesional logra lo que todas las policías de México nunca han logrado; descubrir muchos negocios ilícitos del crimen organizado y nos explica algunas de las experiencias más recurridas por esposas, hijas de los problemas de la infidelidad, sea con mujeres o con hombres, pero aclara bien como descubrirla cuando es con varones.

Pero también se logra escabullir en las residencias de las familias más poderosas económicamente para ver sus gustos por lo bueno, su despreocupada vida por las cuestiones económicas y sus debilidades culturales al tener como esperanza su consuelo espiritual.

Afirma Lida que le gusta “la decadencia, la insalubridad, las cosas que te hacen daño…”, quizás porque con esto se siente vivo y no sólo una estadística en algún programa gubernamental norteamericano, el país que supuestamente verifica todo.

Y es raro que un neoyorkino se enamore de la Ciudad de México. Desde México si uno es parte de los desheredados de la Tierra, de los desenchufados del ciber-mundo, sabe que Nueva York es una ciudad también muy atractiva, peligrosa y que no es fácil conocerla.

Las llaves de la ciudad es una antología de crónicas bastante recomendable, una lectura agradable desde los ojos de alguien que ya no es extraño para México y lo mexicano no le sorprende por lo pintoresco que asombra a muchos otros.

A veces uno parece que está leyendo una mezcla de Monsiváis-Guadalupe Loaeza, por lo de abajo a arriba y de izquierda a derecha, pero lo más raro es que sea un gabacho quien se quiera asimilar a la cultura mexicana sin falsos subterfugios, tan solo por el gusto de sentirse en verdad vivo. Y eso mismo, es lo que percibí en la novela Las gringas también lloran o en el cómic La perdida, aunque no pude preguntar al autor si leyó estos libros.

Lida muestra bastante empatía, tanto con la gente anónima y sin nada, como mantiene una sana distancia con la gente que lo tiene todo y más en la Ciudad de México. Se codea con el jet set internacional, sea la realeza europea, árabe o miembros del crimen organizado, las sociálites del momento, y entiende muy bien el exclusivo chilango-inglish o french-español con que ellos quieren hacer una diferencia de estatus, pero que nunca podrá borrar el carácter de lo mexicano, que todos los que hemos nacido aquí y los que se han ido por muchos motivos, saben que eso es la identidad nacional.

Recomiendo la lectura de Las llaves de la ciudad para vernos a través de los ojos de un neoyorkino que ya tiene un ADN chilango aunque no nos guste. Más que con su carta de naturalización, Lida aprendió a amar a la ciudad de México andando sus calles, conociendo a su gente, arriesgándose para conocer directamente y no por medio de los medios de comunicación ni por los chismes que se crean en las comunidades de extranjeros cuando viven en otro país. Su escritura supera tabúes, muestra una asimilación, como dicen los antropólogos de lo que somos.

Lean primero a Lida, y al final el prólogo de Juan Villoro, porque si no, les va a decir muchas cosas que ya sabemos porque lo que somos y bajará el nivel de atracción de la escritura y vivencias de Lida con cada gente de la Ciudad de México.

* Una calle se hace a diario por muchos mexicanos.

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